La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.

2 de noviembre de 2012

Oporto, una ciudad de colores

      Esta mañana volví a sentir esa indescriptible sensación que uno experimenta cuando, sin esperarlo, se encuentra ante una coincidencia sorprendente. Ante una de esas casualidades que resultan imposibles de explicar y que te hacen sonreír porque sabes que de alguna manera, están conectadas a ti.
 
     Después de estar un buen rato acribillando a preguntas al pobre muchacho al que le tocó atenderme en las oficinas de la Seguridad Social y ya en la calle, dispuesta a marcharme con mis dudas por fin resueltas, salió corriendo a buscarme para pedirme que volviese a entrar. Así lo hice y de nuevo me senté en la silla que había ocupado antes, pero en esta ocasión, él colocó la pantalla de su ordenador de manera que yo también pudiese verla. Escasos segundos después la conversación derivó en:
 
    - ¿Sabes que estás sonriendo a mi fondo de pantalla?.
     - Qué hermosa ciudad es Oporto, ¿verdad?.
     - Pero... ¿Cómo puedes saber que la foto la tomé allí?.
     - Pequeños detalles...

     Así fue como una imagen que me mostraban por azar, me recordaba un viaje que hice, hace ya, algunos años. Y aunque estaba allí por asuntos de trabajo, lo cierto es que la conversación a partir de ese momento giró en torno a Oporto. Durante un largo rato intercambiamos sensaciones de esta ciudad que a los dos tanto nos había fascinado, sin prestar atención a la cola de gente que poco a poco se iba formando mientras esperaban a ser atendidos.

     Después de tanto tiempo no recuerdo exactamente qué hicimos cada uno de los días que permanecimos en aquella hermosa ciudad, pero tras tan fantástica coincidencia, quiero dejar constancia de aquel viaje, aunque sólo sea a modo de resumen, en este diario viajero.

     A diferencia de Lisboa, Oporto no dispone de conexión ferroviaria directa con Madrid, por lo que si viajas en tren, debes apearte a medianoche en Entroncamento, una de esas estaciones completamente desérticas de las que no sabes si lograrás salir con vida, sobre todo cuando eres consciente de que aunque intentes disimularlo, tu cara y tu equipaje te delatan como auténtico turista asustado en mitad de la nada.
    
     Lo mejor de todo es que después de un trayecto surrealista, medio en taxi y medio en tren después de perder este último en Madrid, de bajarnos en mitad de la noche en un lugar solitario y pasarnos horas en esta estación rodeados de personas con maletín esperando el tren con destino a Oporto, estuvimos apuntito de perderlo sin darnos ni cuenta porque la estación era más grande de lo que a simple vista parecía y mientras esperábamos confiados que alguien informase por el altavoz sobre el próximo tren, éste llegó sin ser anunciado.

     Debo decir que esta vez, la segunda que viajaba a Portugal, tuve la sensación a medida que nos íbamos acercando a nuestro destino, de que Oporto, aquella nueva ciudad que estaba a punto de descubrir, me iba a fascinar.

Estación de Entroncamento.

     Desde la estación de Campanhã tomamos el autobús para llegar a la Pensão Estoril, situada en la Rua de Cedofeita en pleno corazón de Oporto y lugar en el que nos hospedaríamos durante toda nuestra estancia en la ciudad.
     Al haber transcurrido ya tanto tiempo, y resultándome imposible organizar cronológicamente los momentos que van viniendo a mi memoria mientras escribo y voy seleccionando las fotografías, prefiero limitarme de aquí en adelante a describir esta maravillosa ciudad y las impresiones y sensaciones que en mi despertó, pues no lograría explicar con detalle todas las particularidades de este viaje que fue, en todos los sentidos, simplemente mágico.
    
Llegada a Oporto, estación de Porto-Campanhã.

Iglesia de los Carmelitas.
 
Librería Lello & Irmão.
 
Torre de los Clérigos.
 
Plaza de la Libertad. 
 
Al fondo de la plaza, el Ayuntamiento de Oporto.
 
Iglesia de los Congregados.
 
Estación de San Bento.
 
 
Catedral de Oporto.
 
Iglesia San Idelfonso al final de la Rua 31 de Janeiro.
 
 Rua Alexandre Braga.

Mercado de Bolhão.
 
Rua Miragaia.
 
     Oporto posee el encanto de las ciudades ribereñas, un encanto discreto que se extiende por toda la ciudad antigua. Es un lugar que tiene el don de transportar al viajero a un mundo de ensueño mientras descubre sus ocultos rincones, regalándole vibrantes sensaciones y recuerdos inolvidables. Es una ciudad que se conoce andando, con los sentidos bien despiertos, para disfrutarla, para sentirla plenamente.

     En Oporto conviven la belleza de lo antiguo y el arte del modernismo, es el punto de encuentro de las distintas épocas que la definen. Es la ciudad de las calles en cuesta, de callejones perdidos que guardan el recuerdo de un tiempo que pasa. Es la ciudad donde el Duero exhala sus últimos suspiros, discurriendo bajo majestuosos puentes que unen los barrios nacidos en sus orillas.

Jardines del Infante Don Enrique.

Palacio de la Bolsa de Valores.
 
 Rua Alfandega.
 
 Foz.
 
Plaza Ribeira.
 
 
 
Balcones repletos de ropa tendida, signo de identidad de Oporto.
 
 
Puente Don Luís I.
 
 
     Oporto es una ciudad de colores. Por la mañana Oporto se mira azul, pero al caer la tarde, el sol tiñe la ciudad de un hermoso color naranja, iluminando las luces al anochecer la negra oscuridad que inunda por completo la ciudad.

Monumento a los Héroes de la Guerra Peninsular en los Jardines de Boavista.

Castillo de Queijo.

Nunca lograré acostumbrarme a las bajas temperaturas del Atlántico.

Paseo Alegre.

 Iglesia de San Francisco.

Intentando fotografiar la puesta de sol desde el Hostal.



Palacio de Cristal.
 

     No importa dónde te encuentres, si a orillas del Duero o en las alturas de la ciudad, porque desde cualquier lugar, la panorámica resulta, sencillamente, espectacular.

Puente de Arrabida.

Puente del Infante.
 
 Puente María Pía y Puente de San Juan, justo detrás.


 Desde Vila Nova de Gaia, al otro lado del Duero.

 

 
 



 
Jardines del Morro.
 
En lo alto del Puente Don Luís I.
 
Oporto desde el mirador de la Sierra del Pilar.
 

 


     Tengo que reconocer que yo me enamoré de esta bella ciudad. Y aunque podría escribir mucho sobre Oporto, creo que una imagen es suficiente para resumir aquel viaje.


     Es Oporto una de esas ciudades que primero hechiza a la mirada, para poco a poco ocupar un lugar en tu memoria, del que difícilmente, podrás apartarla. Es sin duda, una ciudad cargada de nostalgia.
      Se necesita poco tiempo para recorrer Oporto, pero quizá toda una vida para asimilar las emociones que en ella sentiste.

OCTUBRE 2010

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