La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.

7 de junio de 2012

Recorriendo la costa catalana

     Había tenido la suerte de recorrer muchos rincones de la península y aquel año decidimos, quedarnos más cerquita y pasar las vacaciones en la provincia de Girona, disfrutando de la costa catalana. No conocíamos mucho aquella zona de Cataluña y para asegurarnos de que nuestra elección era acertada, cogimos el coche una mañana y fuimos a pasar el día a la Costa Brava.
     No soy demasiado aficionada a conducir, pero para mi sorpresa, el trayecto, que duró poco más de dos horitas, no me resultó especialmente pesado. Imagino que la emoción por descubrir un lugar, hasta aquel momento desconocido, ayudó en gran medida.

     Pasamos el día en Llançà, al ser el lugar que habíamos escogido para alojarnos durante nuestra estancia en tierras gironinas. Este pueblo costero, situado a poca distancia de la frontera francesa, se encuentra en un lugar privilegiado, al norte del Cap de Creus y rodeado de parques naturales.

Llegada a Llançà.






     Quedamos maravillados, especialmente con los paisajes, montañas y playas de azulísimas aguas, y la tranquilidad del lugar. Y días después, cargábamos el coche con todo lo indispensable para poner rumbo al norte y empezar nuestras vacaciones.
     No me extenderé en explicar las incidencias que tuvimos nada más comenzar el viaje, basta decir que fueron las suficientes para llegar a considerar la situación, surrealista.

     El apartamento estaba situado a escasa distancia del puerto y del centro del pueblo, en una zona tranquila, entre playas y frente a pequeñas calas rocosas.
     Me encantó el comedor, rodeado de enormes ventanales que permitían disfrutar de unas vistas estupendas a cualquier hora del día.

Llegada a Llançà.

Vistas desde el apartamento.

Aquí, siempre encontrabas aparcamiento sin problema.


Vistas desde una de las ventanas del apartamento.

     Durante los días que allí estuvimos, aprovechamos para relajarnos, tomar el sol, bucear bajo aquellas aguas repletas de peces e incluso para salir a pescar alguna noche. Y también, dada la buena ubicación de Llançà, fuimos haciendo pequeñas excursiones para visitar los pueblos de los alrededores, descubriendo, en cada una de ellas, la belleza de esta parte de Cataluña y de la vecina Francia.

     Uno de los lugares que más me fascinó, fue el yacimiento arqueológico de Empúries, enlavado en un hermoso entorno junto al mar, mezcla de culturas griega y romana y puerta de entrada a la romanización de la península Ibérica.

Ruinas greco-romanas.

Los mosaicos de los suelos se han conservado a través de los años.


     Rodeada por ríos, se encuentra Perlada, un bonito municipio cuyos edificios muestran su pasado medieval. Uno de los más bellos, es el Castillo, rodeado de jardines y que actualmente es un Casino.

Fachada principal del Castillo de Perlada.

Alrededores del Castillo.

Plaza Mayor del pueblo.




     Un poco alejado de Peralada se encuentra el Pantano de Boadella, lugar ideal para el turismo rural. Desde lo alto del embalse, puede disfrutarse de unas vistas impresionantes del pantano, rodeado de infinidad de montañas.

Presa del pantano.

Pantano de Boadella desde lo alto del embalse.

     Cerca del pantano, en los Prepirineos, se encuentra la villa de San Llorenç de la Muga, antigua ciudad amurallada franqueada por cuatro torres y rodeada de colinas, cuyos muros y encanto han resisitido el paso del tiempo.

Llegada a San Llorenç de la Muga.








     Uno de aquellos días, decidimos cruzar la frontera. Conducir por Francia fue estupendo, carreteras perfectamente asfaltadas, amplísimas y además, sin peajes. Nuestra primera parada fue Perpiñán y después, visitamos el pueblo costero de Colliure.

Plaza de El Castillet.

Puente sobre el río Têt.

Catedral San Juan Bautista.


Plaza de la República.

Llegada a Colliure.

Castillo Real de Colliure.



Torre de la Iglesia de Santa María.




     Nuestras vacaciones en Llaçà habían llegado a su fin, y aprovechamos el trayecto de regreso para parar en algunos pueblecitos que se encontraban en el camino. Descubrimos dos nuevos lugares, Pals y Calella de Palafrugell, uno en el interior y el otro situado en la costa, y ambos preciosos.

Llegada a Pals.

Recorriendo el caso antiguo.

Iglesia de Pals.





Extraordinarias vistas del Mar Mediterráneo desde lo alto de una colina.


Llegada a Calella de Palafrugell.


 




     Aquéllas fueron unas estupendas vacaciones, durante las cuales conocí un poquito más esta tierra que tanto me fascina, y de las que volví enamorada del norte de Cataluña.
     En ocasiones no hace falta ir demasiado lejos, pues más cerca de lo que imaginamos, hay lugares extraordinarios esperando a ser descubiertos.


AGOSTO 2009

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