La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.

2 de junio de 2012

Compartiendo piso en una residencia de estudiantes

     Disponía de algunos días libres antes de irme de vacaciones, así que sin pensarlo demasiado, acepté la propuesta de un amigo para ir a visitarle a Madrid. Durante mi estancia en la capital, me alojaría con él, en una residencia de estudiantes.
     No era la primera vez que viajaba a Madrid, pero sí la primera ocasión en que hacía uso del AVE. Y aunque caro, es un tren formidable. Al llegar a Atocha tomé el metro para llegar a Plaza España, donde él me estaba esperando y desde allí, nos dirigimos a la residencia para que pudiera instalarme tranquilamente.

     La residencia estaba situada en pleno corazón de la Gran Vía, en un bonito edificio de aquéllos antiguos que tienen amplísimos recibidores, altos techos, escaleras de caracol y ascensor con varias puertas y muchos espejos. En el edificio había varios pisos por rellano, pero tan sólo formaban parte de la residencia dos de ellos, situados exactamente uno sobre el otro, lo que permitía que nos comunicásemos por las ventanas del patio interior.
     Nuestro piso, el de abajo y enorme aun siendo el más pequeño de los dos, estaba distribuido en cinco habitaciones, dos cuartos de baño y una cocina. Me llamó la atención especialmente, el hecho de que en cada rincón de la cocina había una etiqueta, donde estaba escrito el nombre de cada estudiante. Simpática forma de distribuir los armarios, cajones e incluso los estantes de la nevera. A nosotros nos habían tocado curiosamente los armarios más altos. Imagino, por las caras de los demás, resultaba divertido verme subida en una silla cada vez que necesitaba algo.

     Nada más entrar en el piso, topé con un chico altísimo, blanquito de piel, rubio y de ojos claros, del Este sin lugar a dudas. Mi sorpresa fue al presentarme, escucharle hablar castellano con acento canario. Era ruso, pero llevaba muchos años viviendo en las Islas y sería, después de aquella noche, una de las personas con las que más afinidad tendría.

     Durante aquellos días debería espavilarme y hacer la comida, así que después de instalarme, fuimos hasta Callao para hacer la compra. Mientras preparábamos la comida, aparecieron otros estudiantes del piso de arriba, ya que tenían por costumbre, aquéllos que mantenían una mejor relación, comer juntos en un piso u otro cada día. En esta ocasión conocí a dos chicas, una pamplonica, la otra turca y a un muchacho latinoamericano de no recuerdo exactamente dónde.

     Después de comer fuimos a pasear por Madrid y por la noche, organizamos una improvisada celebración de bienvenida, en principio para nosotros dos, pero cada vez que entraba un estudiante al piso, le invitábamos a sentarse con nosotros. De manera que acabamos reuniéndonos un gran grupo alrededor de la mesa.
     El recuerdo que tengo de aquella noche es que mi amigo se fue a dormir muy pronto y en la cocina me quedé yo, recién llegada, charlando hasta altas horas de la madrugada con el muchacho latinoamericano y el chico ruso-canario.

     Aquel verano hacía muchísima calor en Madrid y dormí francamente mal. Me levanté temprano y como no había nadie despierto todavía, decidí invertir el tiempo limpiando la cocina que estaba un poco revuelta tras la noche anterior. Lo cierto es que no tengo problema para fregar los platos, pero eso sí, siempre y cuando hayan guantes, y tras inspeccionar un poquito, encontré unos. Cabían tres manos como las mías y me llegaban por encima del codo.
     "Llevas mis guantes y parece que son de tu talla", escuché decir a alguien detrás de mí. Me giré y vi al chico ruso riéndose. En pijama, con aquellos guantes y flotando por la cocina pompas de jabón, la visión no era para menos.

     Mi amigo no se levantó hasta prácticamente la hora de cenar y pasé el día con mi nuevo compañero, quien muy amablemente, tras decirle que no era una buena cocinera, se ofreció a prepararme la comida.
     Por la noche, colocamos un colchón en el suelo ya que el punto de reunión era la cocina y no disponía de sofá, y los tres nos sentamos a ver una película. Cuando terminó ya era bastante tarde y aquella fue la primera vez que vi a alguien intentando descifrar los problemas matemáticos que ponen en los programas de televisión a altas horas de la madrugada. Los dos empezaron a hacer cálculos y allí nos quedamos los tres hasta que dieron la solución. Comprobamos que son una auténtica estafa.

     A la mañana siguiente decidimos visitar El Escorial y fuimos a coger el tren. Nos habíamos levantado tarde, así que cuando llegamos sería aproximadamente la hora de comer y tras caminar un rato bajo un sol insoportable, paramos a reponer fuerzas en un restaurante.
     Retomamos la marcha, y pensando que el Monasterio estaría cerca, decidimos subir a pie. Brillante idea la nuestra, pretender subir aquellas cuestas, con el estómago lleno y con aquel calor. A mitad de camino desistimos y tomamos el autobús. Ya me parecía a mí sospechoso que no hubiese un alma caminando por allí.
Llegada al Monasterio de El Escorial.

Una de las fachadas de este imponente monumento.


Fachada principal.

Puerta de acceso a El Escorial.

Fachada de la Basílica de El Escorial.


Interior de El Escorial.





Vistas desde los jardines interiores.


Al fondo, las cuatro torres de Madrid.


Alrededores del Monasterio.




     Para regresar a Madrid tomamos el autobús y al llegar a la residencia, conocimos a dos nuevos estudiantes que se habían instalado aquella misma tarde, un chico catalán y otro argentino, al que debo ya tantos mates que perdí la cuenta. Además, aquella noche había partido de fútbol y nuestro piso estaba abarrotado de gente.

     Al día siguiente, mi amigo tenía que trabajar y el chico ruso se ofreció a hacerme compañía en su ausencia después de terminar sus clases de repaso. Realmente la única persona que estaba de vacaciones allí, era yo.
    Comimos aquel día en el piso de arriba con una gran colla de argentinos a los que no conocía y como a la mañana siguiente yo debía volver a casa, decidimos salir por la noche para hacer una pequeña despedida. Apareció un muchacho de repente por el piso y le invité a que nos acompañase. No lo pensó demasiado y aceptó la propuesta. Él era francés y aquella noche descubrí, que congeniábamos realmente bien.

     Nunca antes había compartido piso, ni tampoco había convivido con personas de otros países, y aquella nueva experiencia, me encantó.
     Quién me iba a decir a mí, que años después seguiría manteniendo relación con algunas de las personas que conocí aquellos días y que incluso, llegaría a viajar con alguna de ellas.


AGOSTO 2009

3 comentarios:

  1. Muy linda la experiencia y el compartirla, áun mejor, un abrazote.
    Claudio.

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    Respuestas
    1. Hermosa mezcla de culturas e idiomas había en aquel piso. Estupenda experiencia la que allí compartimos.

      No olvido la invitación. ¡Argentina me espera!.

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    2. Seeeeee, aquí están , esperándote los mates y buenas charlas y lugares, ¡¡¡cuando guste pues!!!
      Besos
      Claudio.

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