La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.

22 de mayo de 2012

Lucerna y final de viaje

     Era mi último día en Suiza, por la noche saldría el tren que me llevaría de nuevo a Barcelona. Así que recogimos nuestras cosas, acabamos de preparar las maletas y después nos sentamos a desayunar tranquilamente disfrutando de un último chocolate, del que por aquel entonces, ya era totalmente adicta.

    Dejamos nuestras cosas en la recepción del Hotel y fuimos a la estación de tren a comprar los billetes para la que sería, la última ciudad que visitaríamos, Lucerna.
     Algo que me llamó muchísimo la atención de la red ferroviaria suiza es que el precio del billete se calcula en función de los kilométros que separan a las ciudades y no en base al tipo de tren que utilizas. De manera que tú compras el billete y eliges el tren que quieras para hacer el trayecto, pudiendo durar éste veinte minutos en un tren de alta velocidad o dos horas en un regional, costando el billete exactamente lo mismo.
     Y eso fue lo que hicimos nosotros para ir a Lucerna, tomar un tren regional que tardaba unas cuatro horas en llegar porque daba un gran rodeo. La experiencia fue maravillosa, pues disfrutamos de unos paisajes extraordinarios al más puro estilo heidiano. Descubrimos, durante aquellas cuatro horas, la esencia de Suiza.

    Lucerna es una preciosa ciudad construida a orillas del Lago de los Cuatro Cantones y atravesada por el río Reuss. Al salir de la estación, lo primero que vimos fue el lago y un gran puente lleno de banderas que une el casco antiguo con la parte nueva de la ciudad. Puedo decir, que desde el primer momento, esta ciudad tiene algo que hechiza.




    Al otro lado del lago, cerca de un pequeño parque que lo bordea, se encuentra, rodeada por varios edificios, la bonita Iglesia de San Leodegardo presidida por sus dos torres.

Iglesia de San Leodegardo.


     Algo característico de Lucerna son sus plazas y fuentes, pero sobre todo, las fachadas de sus edificios siempre decoradas con frescos y bonitos dibujos.







     Paseando por las calles llegamos por casualidad a uno de los monumentos más conocidos de Lucerna, la escultura labrada en una pared de roca del León Moribundo. Es sobrecoger ver el rostro del león herido en el que se transmite perfectamente su dolor.

Mark Twain describió esta escultura como "El trozo de piedra más triste, conmovedor y contundente del mundo".



     Después de comer visitamos la muralla y bordeamos el río disfrutando del bonito día que hacía. En esta zona de Lucerna se encuentran los puentes más conocidos de esta ciudad.

Muralla junto al río Reuss.

El Puente Spreuerbrücke.


Vistas desde el Puente Gütschstrasse junto a la muralla.

Desde el otro lado del río.



Capilla en el Puente Spreuerbrücke.

     A este lado y a orillas del río Reuss se encuentra la Iglesia de los Jesuitas de estilo románico. Y junto a ella, el puente de madera más famoso de toda la ciudad, el Kapellbrücke.

La Torre del Reloj alberga el Ayuntamiento de Lucerna.

El Kapellbrücke es el puente de madera más antiguo de Europa y el más largo del mundo.



Secuelas del incendio que sufrió el puente en 1993.

    Desde allí cruzamos al otro lado del río, por el puente de madera, para tener otras vistas de la ciudad y ver la Plaza del Ayuntamiento.

Torre octogonal de piedra en el puente de madera.

 


Cruzando al otro lado del río.

 Iglesia de los Jesuitas.

Ayuntamiendo de Lucerna en la Plaza Kommarkt.

    Como empezaba a hacerse tarde fuimos a la estación para volver a Friburgo y en esta ocasión tomamos un tren más rápido ya que disponíamos de menos tiempo. Estábamos sentados charlando con otro viajero cuando de repente, en la ventanilla, apareció un paisaje extraordinario, los Alpes cubiertos de nieve.



     Era mi último día en este hermoso país y no quería perderme tan fantástico paisaje, así que decidimos bajar en Berna, y fuimos corriendo hasta un puente, pero nos equivocamos, pues desde allí no se veían los Alpes con demasiada claridad. De manera que, en un último sprint fuimos hasta el Puente de Kirchenfeld para disfrutar de tan increíbles vistas.

Desde el puente equivocado.

 
Tras un último sprint, por fin, los Alpes.




     Volvimos corriendo a la estación, ya que el tren para Friburgo estaba a punto de salir. Una vez allí, fuimos hasta el Hotel para recoger nuestras maletas y regresamos a la estación para esperar el tren que me llevaría a Barcelona.
     Nuestros caminos se separaron en aquella estación. Creí que el trayecto de vuelta lo haría también sola, pero al entrar en el vagón y buscar mi asiento descubrí, que en esta ocasión tenía compañero de viaje. Al verme, se presentó y me sonrió, y al hacerlo se dibujaron en sus mejillas dos hoyuelos. Supe, desde ese instante, que el camino de regreso iba a ser estupendo.

     Ahora, ya en casa, puedo decir que Suiza ha sido, de todos los países que he visitado, el que más me ha impresionado. Es un país único, con una riqueza natural como pocos y de una belleza extraordinaria.
    Me quedan muchos rincones por descubrir de este hermoso país y tengo la certeza de que algún día, volveré. Y espero que no sea dentro de mucho tiempo, pues el cargamento de chocolate que de allí me traje, está empezando a agotarse.


AGOSTO 2011

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