La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.

10 de mayo de 2012

Descubriendo Friburgo (I)

     En la estación de Friburgo me esperaba, el que sería durante aquellos diez días mi guía y traductor personal, mi compañero de viaje. El cielo estaba cubierto de nubes, pero como todavía era temprano, teníamos la esperanza, yo más que él, de que el tiempo mejorase.

     Al salir de la estación, lo primero que llamó mi atención fue el cableado de las calles. Intuí que debía circular el tranvía por toda la ciudad. Pero no, en Suiza no hay tranvías, sino autobuses eléctricos. Comprendí entonces porqué es uno de los países con mayor protección del medio ambiente.

     Me sentía cansada después de tantas horas de viaje, así que fuimos a desayunar. Como no podía ser de otro modo, degusté una de las especialidades suizas, el chocolate. Una auténtica delicia.
     Ahora ya con las energías renovadas nos dirigimos al Hotel para dejar las maletas. Habíamos escogido Friburgo como punto central de nuestro viaje, porque es uno de los cantones más baratos de Suiza, con buena comunicación, y como estaba a punto de descubrir, con un encanto único.

     Compramos los billetes y tomamos el autobús. Circulábamos entre calles llenas de edificios, así que, para una persona que no conocía el lugar, resultaba difícil imaginar lo que a continuación sucedería. El autobús giró a la izquierda, dejando atrás aquellas calles, y en la ventanilla apareció uno de los paisajes más bellos que he visto nunca. Si pudiera describir con palabras lo que sentí en aquel momento, lo haría. Pero hay que estar allí, hay que verlo, vivirlo, para entenderlo.

Mi primera sorpresa al llegar a Friburgo.

     Llegamos al Hotel, situado a las afueras de la ciudad, y tras vaciar las maletas y ordenar el equipaje, volvimos al centro, esta vez a pie. Cuando llegamos no serían más de las doce y media, pero en Suiza ésta es la hora habitual para comer y las cocinas de los restaurantes cierran poco después, algo realmente difícil de encajar para una persona acostumbrada a comer a las dos del mediodía. Así que, aunque no con demasiado apetito, entramos en un restaurante.

     Poco después se ponía a llover inesperadamente y al cabo de un rato dejaba de hacerlo. Así sería el tiempo durante todo nuestro viaje, imprevisible. Decidimos entonces continuar nuestro camino y dejando atrás la Catedral, llegamos al Puente de Zaehringen.

Desde este puente puede disfrutarse de uno de los paisajes más bonitos y conocidos de Friburgo.

     Desde allí nos dirigimos a la Plaza del Petit-Saint-Jean, para cruzar el río Sarine a través del Puente de Berna. Al otro lado del puente se encuentra la Plaza de la Libérté y unas escaleras que borden la pequeña muralla y dan acceso a la parte alta de la ciudad.

Plaza del Petit-Saint-Jean.

Fuente de Saint-Jean en la plaza.

El puente de Berna es el más antiguo de la ciudad.

Vista del puente de Zaehringen desde el puente de Berna.

Plaza de la Libérté al otro lado del puente de Berna.

Vistas desde la escalera que bordea la muralla.

Recompensa tras subir las escaleras.

Friburgo desde el puente de Grandfey.

     Una vez en el Puente de Grandfey fuimos a la Puerta de Bourguillon, situada cerca de la Capilla de Lorette. Allí nos sentamos en un mirador, aprovechando para descansar y disfrutar de unas preciosas vistas, desde donde podía distinguirse el funicular.

Puerta de Bourguillon.

El funicular une la parte baja con la parte alta de Friburgo.

Después de un pequeño descanso, continuamos la marcha.

     Proseguimos nuestro camino y llegamos a la Iglesia de Saint-Jean, situada en una gran plaza, justo al lado del puente con el mismo nombre. Volvíamos a estar en la parte baja de Friburgo. Para llegar al centro de la ciudad podíamos utilizar el funicular, o como finalmente decidimos, tomar las escaleras que subían paralelas a éste.
     Para mi sorpresa, llegar arriba fue más duro de lo que esperaba y me cansé bastante. Fui consciente entonces de algo en lo que ni siquiera había pensado. Estoy acostumbrada a caminar, es cierto, pero en Barcelona, en una ciudad con una altitud de 9 metros. Ahora estaba en un país con una altitud media de 1.350 metros sobre el nivel del mar.

Iglesia de Saint-Jean situada junto al río.

Vistas desde el puente de Saint-Jean.

Vistas del río Sarine.


El funicular funciona con las aguas residuales de la ciudad y eso lo hace único en toda Europa.


Dejando constancia de que logré subir las escaleras.

     Una vez arriba empezó a llover de nuevo. Las terrazas se vaciaron, las calles quedaron desiertas y nosotros comenzamos a correr hasta resguardarnos en un bar. En esta ocasión, degusté otra especialidad suiza, la cerveza cardinal. Ésta sería durante los siguientes días, junto al chocolate, uno de mis mayores descubrimientos.

     Después de cenar volvimos al Hotel. Habíamos recorrido Friburgo en un día y ahora debíamos descansar, pues todavía nos quedaban muchos más por delante.

0 COMENTARIOS:

Publicar un comentario

ir arriba